¿Será que la composición inconsciente goza de una proporción áurea presta a ser descubierta?
Un territorio absolutamente inasible que deja rastros en la tela y se ramifica en nuevas preguntas.
Geometrías líricas, aparentes paisajes abstractos. Y un marcado retorno al misterio, veladuras, neblinas,
espacios negados y otros abruptamente abismados, concretos.
Hurgar las estructuras que sostienen las fachadas. Tan invisibles como evidentes.
Mientras tanto se desprende un verso, una reflexión, un poema. Y como brújula, me lleva a decisiones estéticas y compositivas.
Hago lo que hago porque sería imposible no hacerlo. Pulsión, necesidad biológica, emocional, espiritual.
Un gesto en cola vinílica, una textura, colores. Y comienza la acción. La corporalidad es estructural; velocidad, ritmo, pinceles secos.
Mezclas, esgrafiados, e ir al ritmo de las manos, de un silencio sagrado, de la música.
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De cada pintura se desprenden otras, originando series. Líneas de trabajo. Un rizoma de sentidos, materia, cuerpo.
Teorizo luego de actuar.
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Preguntarme una y otra vez por la existencia, por la falta de ella, por develar y cuestionar algunas respuestas,
o simplemente atravesar a la etérea veladura y dejar que me arrase el sentido, o la nada, o el vacío. Y habitarlo.
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Quizás, aquella razón de ser sea simplemente pintar. Ser genuina, crear, balbucear supuestas verdades,
y que el resto haga el resto. Todo está ahí, para ser reconstruido o leído en infinitos idiomas.
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Definitivamente lo que pinto, es algo vinculado a la intuición, la confianza o fe, al cuerpo y al misterio. De eso se trata. Un juego
entre pintar y preguntarme, hasta lograr soltar la necesidad de respuestas. Y aceptar que la pintura tiene esencia de palabra.
Y la poesía se develará en imágenes, solo si quiere.
Marcela Santantón
Octubre 2023
